martes, 27 de diciembre de 2011

Aguirre: sello personal

AGUIRRE: SELLO PERSONAL

Ernesto Ortiz Diego

“El gobernador me pidió limpiar la carretera y la carretera está limpia”. General Ramón Arreola, ex subsecretario de Seguridad Pública de Guerrero.

A casi un año de que llegó Ángel Aguirre a la gubernatura de Guerrero, en el transcurso, ha impuesto se sello propio y nuevos códigos en la cadena de mando. Entre la indispensable continuidad y el deslinde necesario, la dinámica de la confrontación política contra los movimientos sociales y los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y la emergencia de una profunda crisis de seguridad (espiral de violencia por la expansión de los grupos fácticos) pudieran terminar o agotar su gobierno de 4 años y ocho meses.

El perfil bohemio y bufonesco del mandatario guerrerense simplemente aconsejaba señalar distanciarse de su familia y de sus amigos para gobernar por segunda ocasión a la entidad guerrerense, porque en el fondo, más allá de la retórica complaciente, es imposible para el gobernador y su grupo compacto identificarse con el pueblo de Guerrero a quien gobierna a distancia.

El estilo del gobernador y las prioridades de su administración familiar no haría más que ensanchar el abismo entre gobierno y pueblo. En primer lugar, los criterios para la integración de su equipo de gobierno y el carácter centralizado de la tarea política: militancia y cercanía; disciplina y subordinación; rienda corta y control en círculos concéntricos. En segundo lugar, el acento dominante, unipersonal e inalterable desde las primeras semanas del cuatrienio: gobernar con y para su familia, compadres, amigos y facturas que pagar al PRD, sin que nadie reúna el perfil para los puestos que fueron impuestos.

Por ambas vías, paralelas y al final concurrentes, el aguirrismo no pretende borrar las huellas del figueroismo y zeferinismo como fantasía inaugural de la patria perredista “paz y amor”. Peor aún, se encargaría de fundir y confundir al “gobierno del cambio” en el crisol de un pasado ominoso: el de los gobiernos que, por obra u omisión, negligencia o complicidad, contribuyen a la expansión y difusión de la corrupción, la ineptitud, la represión, el asesinato y la impunidad como un cáncer criminal.

Diferencia y continuidad. Del gabinete Montesori, Kindergarden anárquico para el aprendizaje de luminarias grises y otras nulidades ¿alguien recuerda la nómina del gabinetazo?, al equipo blindado de los fieles: ordenadito, sólido, impermeable. Aguirre está pagando cuotas y confía su suerte a dos familias: Aguirre y Salgado. El gobernador le sigue apostando a la lealtad y el espíritu de cuerpo. Filias y fobias, obsesiones y malformaciones. Mediocridad y chabacanería en presentaciones, dosis e intensidades distintas.

En cualquier caso, el desempeño gubernamental sólo gana cohesión familiar y compadrazgos, lo que pierde diversidad y democracia. Y algo más relevante y definitivo: la recuperación, restauración y rehabilitación del vínculo orgánico gobierno-nepotismo, indispensable para sortear las adversidades de un segundo gobierno que no encuentra el consenso del pueblo.

Aguirre no quiere aceptar ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) su complicidad al ordenarle al general Ramón Arreola, ex subsecretario de Seguridad Pública, de la matanza de los dos estudiantes de Ayotzinapa ( Gabriel de Jesús y Alexis Herrera). Para domar al potro de la inestabilidad y el desgobierno, el gobernador insiste en que no fue la Policía Ministerial a su cargo la que disparó contra los estudiantes, tratando con ello de defenderse para no caer y salvar a demás a Humberto Salgado Gómez, secretario General de Gobierno y a Silvia Romero Suárez, secretaria de Educación, el primero por haber ordenado la represión y la segunda por su incapacidad para tratar el problema de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

Sin disimulo ni formalidades, antes de completar el primer año Aguirre se desprende de su primer procurador de Justicia (Alberto López Rosas); del secretario de Seguridad Pública (Ramón Almonte Borja); del subsecretario de Seguridad Pública (general Ramón Arreola), y del director de la Policía Ministerial (Antonio Valenzuela Valdez); pronto habrá más cambios en su gabinete aprovechando el proceso electoral federal y local, tendrá que darle salida a los secretarios de Desarrollo Social y de Salud, para quedarse gobernando únicamente con su familia, amigos y compadres, si es que se salva de la CNDH y de la Comisión Especial del Congreso de la Unión. Aunque se anticipa en la perspectiva un final de cuatrienio que anuncia tempestades y podría desatar los demonios de la confrontación sin atenuantes.

Sociólogo (UIA), politólogo (IIEPA)

eodiego@yahoo.com.mx

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