La primera lectura que podemos hacer del Décimo Congreso Nacional del PRD es: el sol azteca frente al espejo. En un Congreso “extraordinario” que resultó ordinario, los perredistas no acudieron a debatir su pasado ni su futuro, tampoco a saldar esa cita pendiente con la autocrítica, fueron a confrontarse, a medir fuerzas, a calarse para lo que vendrá: la elección del próximo dirigente nacional de su partido.
Ensimismado y autista, el Partido del sol azteca vivió su X Congreso Nacional Extraordinario como un enfrentamiento a los monstruos y fantasmas que se soltaron el 2 de julio de 2006, un clavado al ombligo partidista, sin faltar la rechifla al gobernador de Guerrero el día de la apertura del Congreso.
De alta intensidad pero de baja calidad. Intercalando argumentos con vítores, gritos y bullas, sustituyendo las deliberaciones en las mesas de trabajo por los acuerdos de pasillo entre líderes, dirigentes, caudillos y cabecillas.
Como si existiera un empeño o pacto implícito en no entrar al fondo de los temas programáticos. En el mejor de los casos, las corrientes tomaron sus distancias, postergaron el choque de trenes y se abocaron a cientos de modificaciones, parches y adiciones “se aprobaron más de 500 cosas, presumió el diputado Javier González Garza, coordinador de la bancada en San Lázaro, a los Estatutos, Declaración de Principios y Programa de Acción. Entre los más conspicuos y trascendentes destacan los siguientes:
Autocrítica de baja intensidad. Pecados sin culpa. Aunque no se puede decir que los perredistas hicieron de la necesidad (mirarse al espejo) una virtud (ventilar sin tapujos sus diferencias, posiciones encontradas y sus errores), al menos hay que consignar que intentaron generar cierta autocrítica, poner sobre la mesa y ante la opinión pública sus principales errores y deficiencias, aunque fuese en forma limitada, incompleta y complaciente respecto a su líder moral, Andrés Manuel López Obrador.
Sangran por la herida. Antepusieron el “fraude” para explicar la derrota en la contienda presidencial, las fallas las hicieron genéricas y extensivas ( a todos y a nadie), incluso se desechó a petición de Alejandro Encinas, la única falta atribuida al tabasqueño (la ausencia al primer debate), pero se aceptaron los errores más evidentes: la falta de coordinación entre las estructuras electorales paralelas (las redes ciudadanas) y el partido, la respuesta tardía a la guerra sucia en los medios masivos de comunicación, haber lanzado “algunos candidatos: sin representatividad o con “honorabilidad altamente cuestionada, recuérdese a José Guadarrama y un exceso de confianza generalizado”.
Elección de dirigentes, única y exclusivamente por los militantes. Si la demagogia se hizo necesaria fue porque la real politik lo demandaba: los Chuchos tienen el control del partido y la mayor fuerza militante, lo que, en teoría, les da amplias posibilidades de acceder –por fin- a la Presidencia Nacional del partido en marzo del próximo año. Sin embargo, una encuesta levantada entre los delegados durante el pasado Congreso encontró que la mayor parte, el 42 % preferiría que Alejandro Encinas -el gallo de Andrés Manuel- presidiera al Partido; frente al 32 % que opinó que debería de ser Jesús Ortega. En síntesis, la moneda por la dirigencia sigue en el aire.
Nuevos órganos directivos, la respuesta de los Chuchos. Sustitución del Comité Ejecutivo Nacional por el Comité Político Nacional y un Secretariado Nacional.
Paridad de géneros: Sin duda el mejor avance del PRD, por estatutos, al menos 50 % de las candidaturas a cargo de elección popular mediante el principio de representación proporcional y en la integración de órganos de dirección partidaria deberán ser para las mujeres.
Dejo en el tintero, por falta de espacio, otras lecturas para una posterior colaboración a la presente.
jueves, 30 de agosto de 2007
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