lunes, 13 de diciembre de 2010

FRANCOIS-MARIE AROUET “VOLTAIRE” (1694-1778)

FRANCOIS-MARIE AROUET “VOLTAIRE” (1694-1778)

Ernesto Ortiz Diego

El 11 de septiembre de 1718 salía de la Bastilla (La vieja fortaleza-prisión que sería derribada el 14 de julio de 1789, por la Revolución francesa), después de 18 meses de prisión, un joven filósofo que llenaría el siglo XVIII con su seudónimo. El joven se llamaba, según el bautismo, Francois-Marie Arouet, había nacido en Francia el 21 de noviembre de 1694, educado en el colegio jesuita Louis-le- Grand. Pasaría a la historia, simple y sencillamente, como Voltaire. Su nombre y apellido fueron enterrados. Nadie los recuerda. Potencia de un seudónimo que inventó la vida.

Recién liberado de la fortaleza fue invitado, por el Duque Regente, a que le viera en palacio. Voltaire tenía solamente 24 años. Después de los saludos de rigor, Voltaire comenzó aquel día, a utilizar su famosa lengua irónica e independiente: “Agradezco mucho a su Alteza que me haya alimentado durante 18 meses, pero le agradecería que no se ocupara más de mi alojamiento”.

El duque de Orleáns, primero petrificado, le preguntó qué iba a hacer: “Estrenaré una obra de teatro”. Lo hizo. Estrenó Edipo. Había llegado a prisión por haber escrito unos versos (y otros que le atribuirían con lo cual se parecería a Quevedo cuyas tormentas con el poder no siempre eran por sus versos, sino por los que achacaron como suyos), implacables, contra el reinado del rey Luis XIV, el Rey Sol. La muerte del Rey Sol en 1775, después de un largo reinado de guerras, glorias y catástrofes sociales, fue considerada como una liberación. Con el Rey Sol habían recomenzado, de nuevo, las guerras religiosas. En efecto, revocó el Edicto de Nantes firmado por el rey Enrique IV en 1598 que fue considerado como la Proclamación de la Tolerancia.

Cuando el Rey Sol, en 1685, seis años antes del nacimiento de Voltaire, revocó el Edicto, su acto fue entendido, sin más, como la prueba, de nuevo, de la intolerancia y del fanatismo. Los protestantes, que había dejado de ser perseguidos, huyeron de Francia y enriquecieron, con sus saberes, a otros países. Nada nuevo.

En la Bastilla inició Voltaire su poema Henriada en honor del rey Henry IV: el de la Tolerancia. Fue ya su desafío. Después, en el estreno, en la Comedie Francaise, de su obra Edipo (una visión de Sófocles) sus versos fueron recibidos entre ovaciones por la élite social.

Condenaban la intolerancia. En suma, nada más que al salir de la Bastilla, Voltaire inició un periplo libertador. Muchos años después, rico y respetado por los reyes de Europa, diría en una carta a Argental: “La sangre de los inocentes grita y yo grito también”.

No uso a Voltaire impunemente. Él entendió que la muerte del rey Luis XIV representaba un momento de liberación que podía transformar su tiempo. Fue a prisión, pero los sucesores del rey Luis XIV demostraron la dificultad de la alternancia porque las superestructuras ideológicas y eclesiales del pasado pesaban enormemente. En 1762, ante un juicio generado por el fanatismo, que condujo a la ejecución de Jean Calas, Voltaire, insurgente y lúcido, solicitó al rey, ante el asombro y el temor generalizado, que se revisara el juicio. Puso su fortuna, su inteligencia y sus relaciones para reconstruir el caso y demostrar que había sido, simplemente, la obra del prejuicio religioso y autoritario. Se rehabilitó a Jean Calas ¿no a sus pedazos? y la gente conoció, en una fiesta memorable, que se había obtenido una victoria inmensa de la justicia contra la barbarie.

No traigo a mi memoria aún lúcida a pesar de mis años, a Voltaire, sin razones. Él conoció bien, con clarividencia, que la transición del régimen del rey Luis XIV a un nuevo régimen no era un juego de niños. Como Montesquieu vivió en Inglaterra donde, desde 1688, se había establecido el régimen parlamentario. Montesquieu hubiera sido impensable e imposible, a su vez, su libro, El Espíritu de las leyes, y su separación y equilibrio de poderes, sin esa estancia en Inglaterra. Allí entendió Voltaire, como Montesquieu, que se podía gobernar de otra manera: contando con el consenso social y no desde la arbitrariedad del discurso único. La insurgencia de Voltaire, Rousseau, Diderot, D´Alambert, Montesquieu, demostró que la rebelión contra la Revocación del Edicto de Nantes ¿un símbolo? Requería un compromiso ético. De ese compromiso, pese a las diferencias estentóreas entre Voltaire y Rousseau, por ejemplo, nació La Enciclopedia y la decisión de encontrar el camino del Antiguo al Nuevo Régimen.

Murió Voltaire el 30 de mayo de 1778, once años antes de la Revolución Francesa de 1789. Sus cenizas, sus restos, viajaron con el pueblo hasta el Panteón de los Hombres Ilustres de Francia. Sin embargo, no se ha enterrado, allí, a Robespierre porque usó la guillotina contra su pueblo. Lección dura, implacable, contra el otro fanatismo: el político; el de los sectarios.

La transición de un régimen a otro no es la flor de la retórica. Es un inmenso trabajo, preconstituyente, de organización del conocimiento para pensar y transitar de una época a otra.

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