miércoles, 8 de diciembre de 2010

CHARLES-LOUIS DE SECONDAT BARÓN DE MONTESQUIEU

CHARLES-LOUIS DE SECONDAT BARÓN DE MONTESQUIEU

Ernesto Ortiz Diego

Quizá parezca sorprendente comenzar una historia del pensamiento sociológico con el estudio de Montesquieu; así inicia su análisis el sociólogo Raymond Aron, en su libro Las etapas del pensamiento sociológico.

En Francia se le considera a Montesquieu un precursor de la sociología, y se atribuye a Augusto Comte el mérito de haber fundado esta ciencia –con toda razón-, si ha de llamarse fundador a quien creó el término.

El 18 de enero de 1689, nació Charles-Louis de Secondat en el castillo de la Bréde, cerca de Burdeos, Francia. En 1716, es elegido miembro de la Academia de Ciencias de Burdeos. Hereda de su tío el cargo de presidente, todos sus bienes y el nombre de Montesquieu.

En 1729-1730, estada en Inglaterra. En 1731 regresó al castillo de la Bréde, donde en adelante se dedicará a escribir El Espíritu de las leyes; editado en Ginebra en 1748, sin nombre de autor. El éxito es considerable. Tenía 59 años de edad cuando escribió El espíritu de las leyes. No pudo predecir la importancia universal de su tesis sobre la separación y equilibrio de poderes como el centro medular, con la autonomía del Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial.

La sociología política

En el caso de Montesquieu, es posible desarrollar sin excesiva dificultad esta interpretación histórica. Los primeros libros de El espíritu de las leyes –sino el primero, por lo menos del libro II al VIII, es decir los que analizan los tres tipos de gobierno- son, si así puedo afirmarlo, de inspiración aristotélica.

Montesquieu los escribió antes de su viaje a Inglaterra, en una época en que estaba bajo la influencia dominante de la filosofía política clásica. En la tradición clásica la Política de Aristóteles era el libro esencial. No es dudoso que Montesquieu haya escrito los primeros libros con la Política de Aristóteles al lado. En casi todas las páginas podemos hallar referencias a esa obra en forma de alusiones o de críticas.

Montesquieu distingue tres tipos de gobierno: la república, la monarquía y el despotismo. Define cada uno de ellos por referencia a dos conceptos, que de acuerdo con la denominación del autor de El espíritu de las leyes son la naturaleza y el principio de gobierno.

Por su naturaleza el gobierno es lo que es. El principio del gobierno es el sentimiento que debe animar a los hombre subordinados a un tipo de gobierno, para que éste funcione armoniosamente. Así, la virtud es el principio de la república, lo que significa que en ésta los hombres sean virtuosos, sino que deberían serlo, y que las repúblicas son prósperas sólo en la medida en que los ciudadanos son virtuosos.

La naturaleza de cada gobierno está determinada por el número de los que detentan la soberanía. Montesquieu escribe: “Supongo tres definiciones, o más bien tres hechos: uno, que el gobierno republicano es aquel en que el pueblo en corporación o sólo una parte del pueblo tiene el poder soberano; el monárquico, es aquel en que sólo uno gobierna, pero ajustándose a leyes fijas y establecidas; mientras que en el despotismo, uno solo, sin ley y sin regla, a todos impone su voluntad y sus caprichos”. (El espíritu de las leyes, libro II, p. 239). Aplicado a la república, la distinción –pueblo en corporación o sólo una parte del pueblo- se propone evocar las dos formas del gobierno republicano: la democracia y la aristocracia.

Pero estas definiciones demuestran también que la naturaleza de un gobierno no dependen sólo del número de los que detentan el poder soberano, sino también del modo de ejercitar este último.

Según Montesquieu, hay tres sentimientos políticos fundamentales, y cada uno de ellos asegura la estabilidad de un tipo de gobierno. La república depende de la virtud, la monarquía del honor y el despotismo del temor.

La virtud de la república no es una virtud moral, sino propiamente política. Es el respeto a las leyes y la consagración del individuo a la colectividad.

El honor, es “desde el punto de vista filosófico, un falso honor”. Es el respeto que cada uno debe a su propio rango.

En cuanto al temor, no es necesario definirlo. Es un sentimiento elemental, y por así decirlo infrapolítico. Para Montesquieu un régimen fundado en el temor está esencialmente corrompido, y se encuentra casi en el umbral de la nada política. Los sujetos que sólo obedecen por temor casi no son hombres.

Montesquieu fue uno de los enciclopedistas de la Ilustración más importantes de Francia, cultivó amistad con D´Alambert. Hubo a la hora de morir una confusa batalla, como en el caso de Voltaire, otro de los grandes enciclopedistas, para saber si moría en la fe. Voltaire, después de decir que creía en Dios pidió a los clérigos “que le dejaran paz”. Montesquieu señaló la excelencia de los evangelios. Murió en París el 10 de febrero de 1755 de congestión pulmonar. No se sabe dónde fue sepultado. Juan Jacobo Rousseau escribe de Montesquieu este epitafio magnífico: “Nadie de la clase intelectual le acompañó en su entierro. Sólo estuvo, detrás de su féretro, Diderot”. Con él sobraba. Todos se escondieron. Añadía Rousseau, que estaba lejos de París, el 20 de febrero de 1755: “La presencia de Diderot, el autor de la formidable “La Enciclopedía”, hacia menos evidente la ausencia de los otros.

Nadie que luche por la democracia dejará de pensar la deuda enorme que tenemos con el precursor de la sociología. Montesquieu en El espíritu de las leyes, nos planteó el problema del Estado moderno con todas sus consecuencias: “Un país no tiene Constitución, aunque la tenga, sino existe una verdadera separación y equilibrio de poderes”.

eodiego@yahoo.com.mx

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