miércoles, 27 de agosto de 2008

La Sonrisa de Maquiavelo

Con esta sonrisa debe estar el senador Luis Walton Aburto, candidato de Convergencia a la presidencia municipal de Acapulco, al ver que no solamente líderes del PRD sino sus bases abandonan las filas del perredismo para incorporarse a su campaña.

De tanto en tanto conviene tomar distancia con respecto a los sucesos actuales. Maquiavelo, que había estado comprometido en la política activa hasta la mitad de su vida, comentaba después de la primera década de Tito Livio para dirigirse a la gente de su tiempo.

Hace ocho años se publicó en traducción española La sonrisa de Maquiavelo, ensayo biográfico de Mauricio Viroli, gran especialista en el escritor florentino y profesor de ciencias políticas en la Universidad norteamericana de Princeton. Fui lector de Maquiavelo en épocas pasadas, desde los años en que pasé por la Universidad Iberoamericana (DF) y el libro de Viroli me ha servido para refrescar viejas lecturas ahora en el IIEPA-IMA-UAG.

No se trata de una biografía completa, anotada, académica, género que el autor ha practicado antes, sino un retrato libre, literario, que puede ser leído por los especialistas en ciencia política, sociología, filosofía y administración pública, pero que está destinado, sobre todo, al lector común y corriente.

Viroli se propuso eliminar las notas y todo aparato crítico y hacer una obra rigurosa, pero especialmente liviana y accesible. De ella surge un Nicolás Maquiavelo humano, contradictorio, enigmático en muchos aspectos, mujeriego y aficionado a la diversión, bromista, muy amigo de sus amigos, pero dotado por encima de todo de dos pasiones dominantes: la política y la literatura.

Se habla a menudo de los escritores tentados por la política y extraviados a veces en ella. André Malraux es un buen ejemplo, y hay, como ya se sabe, muchos otros. Debemos comprender, cuando enfocamos el tema de esta manera, que nos referimos a una versión moderna del artista de la palabra. Un modelo de novelista y de poeta que empieza a formarse durante el Romanticismo y a lo largo del siglo XIX.

Niccoló Maquiavelo (Niccoló es la forma toscana del nombre Nicola, no aspiro jamás a ser un escritor en este sentido, un artista puro. Desde su juventud, sin mayores vacilaciones, con enorme energía, con una cultura superior y que se había formado por sí solo, se propuso ser político y diplomático. Cuando escribo que sus pasiones eran la política y la literatura, lo digo en ese orden, consciente de que la pasión literaria estaba subordinada a la otra.

Maquiavelo se servía de su notable habilidad en el manejo del lenguaje para tener éxito en las variadas negociaciones que le encargaba la República de Florencia. También utilizaba dicha habilidad para ilustrar a sus compatriotas y para escribir la historia de Florencia como explicación o como enseñanza para el presente.

Hubo en su vida, sin embargo, un cambio decisivo que lo sacó de la órbita del gobierno y lo convirtió, muy a pesar suyo, en escritor de tiempo completo. El tenía 43 años de edad cuando se derrumbó, en noviembre de 1512, el régimen republicano, encabezado por un protector y amigo suyo, el confalionero Pier Sordini, y volvió a implantarse la tiranía de la familia Médicis. Niccoló perdió de inmediato su cargo de Secretario de los Diez de la Libertad, una de las instituciones que él mismo había contribuido a diseñar, y al poco tiempo, acusado de participar en una conspiración que se había fraguado con gran torpeza, cayó en la Cárcel. Fue sometido al suplicio de la cuerda, que dislocaba los huesos de los torturados, y escapó por muy poco del hacha del verdugo. Al parecer, resistió bien, con notable entereza, y sus acusadores no le pudieron probarle nada.

En los escritores modernos, el éxito literario suele conducir a la política activa, siempre o casi siempre para mal de la propia escritura y con poca o ninguna ventaja para la propia política. En el caso de Maquiavelo, el fracaso suyo y de sus amigos en Florencia no le dejó más alternativa que la de escribir, la de tratar de entender y explicar lo que había sucedido a través de la escritura. Lo hizo con una sonrisa amarga y escéptica, con sabiduría, con una lucidez que no admitía concesiones.

De ahí salió el estilo acerado, inconfundible, que marcó a fuego a generaciones de gobernantes y de pensadores de la politica, del Tratado del Príncipe, de los Discursos sobre la primera década de Titio Livio, de la Historia de Florencia. También escribió poemas, sobre todo de circunstancias y satíricos, y una obra maestra de teatro, La Mandrágora.

La sonrisa desengañada de Niccoló planeaba por encima de todo esto, sin perder nunca su genio bromista y su pasión de vivir en el instante. La biografía de Viroli evita la censura tradicional de cartas y testimonios contemporáneos. Revela pasajes de una crudeza insólita que habían sido suprimidos hasta aquí por manos piadosas. Nos muestra a un personaje remoto, perdido en los laberintos de su época, y a la vez curiosamente actual. Es un hombre de la estirpe de Rabelais, de Giovanni Boccaccio, quizá de Quevedo: un renacentista, un ser que pertenece a una especie extinguida, pero que nos habla a través de los siglos y nos dice cosas que tienen sentido. Concluiré en la próxima entrega…

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