jueves, 29 de diciembre de 2011

Disuadir, contener, reprimir asesinar

DISUADIR, CONTENER, REPRIMIR Y ASESINAR

Ernesto Ortiz Diego

Lo que sigue es la brutalidad en cadena, por todas las vías y desde todos los frentes. La miseria política, civil, inhumana de los enervados promotores de la violencia policiaca-militar que transitan muy fácilmente por la autodefensa de un poder familiar-compadrazgo, que encarnan la violencia fascistoide del gobierno de Ángel Aguirre Rivero.

El contragolpe, la respuesta rabiosa, vengativa, encarnizada de los cuerpos policíacos liberados por el alto mando de toda sujeción o prurito en materia de legalidad, la falta de respeto a las garantías individuales y sin consideración por los derechos humanos del gobierno de Aguirre y su troglodita Aparato Represivo del Estado.

Al desproporcionado despliegue de fuerza represiva armados con A-47, los alebrestados estudiantes responden solo con piedras y sus vidas. Los normalistas rurales de Ayotzinapa no pudieron repeler la agresión de la policía aguirrista y el ejército calderoniano, tuvieron que abandonar despavoridos la Autopista del Sol.

La decisión estaba tomada. La orden venía de Casa Guerrero, donde el gobernador Aguirre brindaba con su familia feliz y sus compadres en el poder oligárquico; ¡ no pasarán !, le dijo Humberto Salgado Gómez, secretario General de Gobierno, al general Ramón Almonte Borja, subsecretario de Seguridad Pública. La detención de los policías autores de la masacre del 12 de diciembre, sería uno de los motivos para tratar de “justificar” la ofensiva sobre los estudiantes de Ayotzinapa, liberar la plaza y restaurar el orden público.

La operación conjunta de las fuerzas estatales y federales, aún no ha dicho cuántos fueron los que asesinaron e hirieron a los estudiantes de Ayotzinapa, fueron órdenes cumplidas a medio día del 12 de diciembre. Sin mayor resistencia de los estudiantes desarmados. Sin observadores de derechos humanos que verificaran el estricto cumplimiento de la ley en un operativo delicado, comprometido, altamente explosivo, porque polizontes y soldados tiraron a matar, nada de contemplaciones.

Saldo en números redondos: 2 muertos, y más de 20 heridos y otros tantos detenidos, obnubilado por la violencia policíaco-militar; el ex procurador Alberto López Rosas empecinado en decir que la policía local había acudido sin armas a los hechos sangrientos en Chilpancingo, en tanto que las televisoras al mismo tiempo pasaban imágenes de los policías y militares disparando sus A-47 y el general Ramón Almonte Borja garrote en mano arengaba a los cuerpos policíacos a que dispararan sin piedad contra los estudiantes de Ayotzinapa.

En última instancia, los “sacrificados” guardianes del orden no hacían otra cosa que desempeñar con “sensibilidad” y aplomo la tarea asignada por Humberto Salgado Gómez y el general Ramón Almonte Borja. ¿Cómo regatear méritos a los verdaderos ejecutores del “monopolio” de la “fuerza legítima” del Estado, como teorizaba el sociólogo alemán, Max Weber.

La muy “profesional” policía guerrerense y el “ecuánime” ejercito calderoniano, se habrían comportado a la altura: con una sonrisa en los labios y una estampita del sol azteca, el gobernador Ángel Aguirre adornando la punta del tolete (y las armas prohibidas, se le veía satisfecho). Lo mismo que los gris/albicelestes de la Federal Preventiva, comandada por el brutal Genaro García Luna desde la ciudad de México, formados en disciplina castrense y la obediencia debida: disuadir, contener, reprimir y asesinar.

sociólogo (UIA), politólogo (IIEPA)

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