JULIO CORTÁZAR EN MÉXICO (1975)
Ernesto Ortiz Diego
Ernesto Ortiz Diego
Una tarde, casi noche en 1975 Julio Pliego Medina (Tenancingo, 1928-2007), llegaba a visitar a Arnaldo Orfila (Argentina, 1943), él salía a despedir a Julio Cortázar a la puerta de la Editorial Siglo XXI, la cordial sencillez de Cortázar lo acercaba a la gente de inmediato, Pliego le solicitó una entrevista para un programa de televisión que realizaban Eduardo Elizalde y él, dudó un poco por falta de tiempo, pero una amistosa presión de Orfila abrió la apretada agenda de Julio Cortázar para obtener la entrevista, esta se celebró días después en la Editorial Siglo XXI.
La primera visita de Cortázar a México fue en 1975, pero de alguna manera había estado presente por una razón obvia porque algunas cuestiones que había escrito sobre México, tema un poco más inventado que real evidentemente quizá se recuerden dos cuentos, uno de ellos sucedió en México “La noche boca arriba” y el otro no sucede en México, pero el personaje es el axolotl que la da el nombre al cuento, es decir, siempre había una especie de fijación, una moda distancia por México, imaginemos el hecho de haber sido editado en México es motivo de alegría, es establecer un puente muy directo con un pueblo que amaba y admiraba mucho.
Cortázar seguía creyendo que la literatura no era una actividad como en las calles donde los automóviles solo pueden ir en un solo sentido, es decir, del escritor al lector, le parecía que en el siglo XIX el del Romanticismo tendió a considerar al creador como una especie de pequeño Dios y a los lectores como los fieles que debían recibir el mensaje del pequeño Dios; es una idea un tanto mesiánica que tenían algunos escritores como Víctor Hugo y Max Scheler, nuestro tiempo ha visto destruir afortunadamente mucho de esas ilusiones, a él le parecía que actualmente entre el autor y sus lectores puede haber una dialéctica; en ese sentido hay que tener cuidado con un mal entendido, no se trata de escribir para ciertos lectores, porque entonces se puede caer fácilmente en un tipo de literatura didáctica que por lo menos a él le parecía completamente ajena o extranjera; no, se trata de escribir con la suficiente apertura para que el lector sea parte del libro y adquiera una responsabilidad como lector en lo que está leyendo.
Eso fue lo que trató de hacer Cortázar cuando escribió Rayuela (1963), fue a partir de ese momento en que le pareció que el lector que le interesaba era el que él llamó lector cómplice, no en el sentido en que obligatoriamente fuera un lector que le gustara su novela en forma obligada, muy al contrario, podía ser también un lector que leyera el libro y si no le gustaba lo tirara por la ventana, a él le hubiera parecido perfectamente bien si al lector no le hubiera gustado su libro y si no coincidía con sus motivaciones, con su propia concepción del mundo, lo desechara.
De manera que la noción de lector pasivo, esa persona que recibe el mensaje y lo asimila no contaba para Julio Cortázar, y en la medida que él pudiera haber escrito o seguir escribiendo siempre le parecería que el lector es el antagonista fraternal. Ese hermano que no sabía quien era pero que está luchando con el trabajo de creación.
¿Cómo llevó una obra compleja, llena de información a todo tipo de lectores de distintos niveles?, eso es evidente y es un problema que en algunos casos puede ser dramático, pero que también se presta a malos entendidos, sobre todo, que en esta época en que literatura, ideologías políticas y compromisos políticos han dejado de ser elementos separados y tienden a confluir cada vez más.
Es decir, el escritor de nuestro tiempo, Cortázar pensaba en él y otros más, la gente que no solamente se siente comprometida en una línea ideológico-política, o en una causa, si no se siente comprometido con respeto a todos los infinitos individuos que están implicados, están concebidos por el proceso histórico.
En el caso del escritor se trata de sus lectores en general, y allí se plantea los niveles de lectura ¿por quién hay que escribir? ¿cómo hay que escribir?, Cortázar sentía mucho miedo, pero hasta ahora había evitado ese escollo, esa autocensura que consiste en pensar en un lector mientras se está escribiendo. El creía que un escritor, un creador de ficciones que piense en un lector determinado mientras escribe está perdido como creador.
Potencialmente, el lector existe, es ese hermano al que Cortázar aludía, ese hermano que está esperando del otro lado del puente.
En el momento de la creación, el creador está sólo, entonces nada le parecía más peligroso que ese concepto que con mucha frecuencia se trata de imponer en algunas líneas políticas-ideológicas en el sentido de que hay que escribir para el hombre de bajo nivel cultural, para ayudar a aumentar su nivel cultural, o hay que escribir para determinados estratos sociales; Cortázar no creía que ese era el camino, lo que él creía es en la noción del tiempo en la literatura es sumamente relativo.
Libros que no son muy claramente entendidos hoy, lo serán perfectamente dentro de 20 o 30 años, pensemos cuando James Joyce, novelista irlandés, publicó en 1922 su novela Ulises, el libro fue declarado un galimatías y a Joyce de loco para bajo lo trataron de todo lo que se podía, y hoy en día, Ulises, de Joyce se encuentra en ediciones de bolsillo en todas las librerías y no hay ningún problema particularmente difícil de captación de su mensaje.
Cortázar creía en ese sentido, que sería falso y muy peligroso insistir en ese tipo de literatura que en el fondo tiende a ser una literatura populista.
Cortázar creía que cada sector de los lectores tiene sus escritores, sus muy buenos y menos buenos escritores, él conocía a escritores de Francia que de manera más natural y espontánea escriben para sectores populares y le dan buena literatura, no se puede negar eso, pero de allí de convertir en una práctica deliberada, no.
De Rayuela, capítulo 17
“Y así va el mundo y el jazz, es como un pájaro que migra, o emigra, o inmigra otras millas, salta barreras, por la aduana, algo recorre y L. Armstrong Satchmo se difunde por todas partes, con el don de la ubicuidad que le ha prestado el Señor en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable la lluvia, el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones invaluables, al idioma y al folclore, una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia a mexicanos con noruegos, y rusos con españoles, los reincorpora al obscuro centro, torpe, mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, le señala que quizá había otros caminos”.
Si algo no se puede programar es la creación, de ninguna manera, se puede programar una actividad ensayística, una actividad científica, esos tienen ya sus cuadros, sus delimitaciones, pero un cuento fantástico no se puede programar y el nivel en que se va a mover ese cuento y el tiempo del lector a quien le va a interesar eso no se puede programar, hay una especie de fatalidad, el cuento escrito, la novela escrita y luego los lectores aparecen, se aglutinan y se sitúan en determinados estratos.
Cortázar tuvo experiencias muy hermosas con la publicación de sus últimas novelas como “Manuel”, cuando se publicó en 1973, Cortázar estaba en Buenos Aires, Argentina, porque era un libro tan comprometido ideológicamente que él tenía que estar allí como era lógico, no podía estar escribiendo en Francia y quedarse lejos, había que asumir una responsabilidad de tipo personal, y allí tuvo una experiencia extraordinaria que fue ver pasar ese libro de las librerías a los kioskos, el libro fue distribuido por el editor en las librerías de Buenos Aires, pero una semana después hubo una especie de presión popular de ciertos sectores que en general veían bien ese tipo de literatura y los concesionarios no sabían como funcionaba eso, lo pidieron y el libro estaba al lado de los periódicos y las revistas de la semana.
Sucedió muchas veces que andando Cortázar por las calles de Buenos Aires, la gente le pedían su autógrafo, algunas personas le hablaban de su libro “Manuel”, no eran los típicos hombres y mujeres que uno está acostumbrado encontrar, es decir, el intelectual o el preintelectual, pero ya en niveles que salen de la universidad, etcétera, no era esa gente, los recordaba perfectamente bien, por ejemplo, un chofer de taxi que había leído el libro y que estaba sumamente triste porque no tenía con él su libro en ese momento para que se lo firmara.
La observación en general era que muchos no habían entendido la novela “Manuel”, pero al mismo tiempo no parecía importarles demasiado porque lo que habían decidido entender, porque también es una cuestión de opción muchas veces, eso los había calmado y les había gustado; la intención del libro era el hecho de que un escritor tomara partido por los prisioneros políticos argentinos contra la escalada de la tortura y asesinatos en el momento de la dictadura del presidente de facto de Argentina, general Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973), estaba hablando de esa brutal dictadura y que Cortázar hiciera en la medida de sus posibilidades un esfuerzo por ayudar en esa lucha, todo eso lo había tocado profundamente, y es entonces que una vez más Cortázar comprendió que el lector es una entidad indefinible, no se le puede definir como lo hacen algunos ideólogos, no se le puede definir solamente por el plano estricto de la cultura, hay una sensibilidad en el pueblo que a veces reacciona de una manera absolutamente inesperada, se nota en la pintura, en el cine, en los libros.
De la Rayuela, capítulo 12.
“La voz de Bessie Mith se adelgazaba hacia el final del disco, y de ese pedazo de materia gastada renacería una vez más el blues, una noche de las años veinte, en algún rincón de los Estados Unidos; porque era así ese blues cuando lo cantaba Bessie pensó Oliveira otra vez que estaba completamente borracha y lloraba en silencio escuchando a Bessie, estremeciéndose al compás o contratiempo sollozando para dentro, para no alejarse para nada de los blues en la cama la mañana siguiente con los zapatos en los charcos, el alquiler sin pagar, el miedo a la vejez, imagen cenicienta del amanecer en el espejo a los pies de la cama, los blues, escapar infinito de la vida”.
Sobre la literatura de América Latina en su conjunto, Cortázar estaba absolutamente convencido de que uno de los signos revolucionarios más positivos en Latinoamérica es el descubrimiento por parte de una enorme masa de lectores que no existía hace 20 años de sus propios escritores, eso que tanto ha sido atacado con ese triste nombre inglés de Boom latinoamericano ha tenido en su opinión un valor positivo, en el sentido de que es la prueba de que los escritores latinoamericanos no eran en absoluto leídos salvo por minorías ínfimas hace 30 o 40 años, de golpe han encontrado a sus lectores, pero es dialéctica la relación, porque son los lectores que también están encontrando a sus escritores, entonces, hay un mecanismo de desafío y de respuesta que exige cada vez más de los escritores y por lo tanto cada vez más de lectores.
Las referencias a los lectores de Juan Rulfo es una prueba parcial de lo que decía Cortázar, en general, él podía dar ejemplos de su país Argentina, de Uruguay, de Perú, y de tantos otros.
Julio Cortázar no podía olvidar una anécdota que citaba con frecuencia que cuando se publicó su primer libro de cuentos “Bestiario” en 1951, aparecía simultáneamente con ese libro la vida breve de Juan Carlos Onetti, publicado también por la editorial Sudamericana de Buenos Aires.
El anuncio de la aparición de esos dos libros figuraba con letras muy pequeñas al pie de un anuncio donde había diez libros en traducción, lo que se leía en aquella época como Lin Yutang, William Faulkner, entre otros autores, y al final con letras más pequeñas decía novedades nacionales: Juan Carlos Onetti, la vida breve, y Julio Cortázar, Bestiario, es decir, que el libro de Cortázar estaba en el sótano antes que su libro saliera a la venta, y efectivamente, su libro estuvo en el sótano muchos años.
Ese mismo anuncio de las Novedades del mes, si se miraba en un diario argentino la editorial, ahora, es todo lo contrario, se encuentran las Novedades nacionales y luego las traducciones, eso para Cortázar era un índice verdaderamente revolucionario, uno de los factores más positivos en la historia contemporánea de América Latina, la toma de conciencia de nuestros pueblos que tienen escritores y que pueden llegar a establecer un verdadero diálogo con ellos.
Julio Cortázar había vivido más de 20 años en París, entonces aunque parecía curioso es desde París donde había tomado una conciencia bastante amplia de la totalidad de América Latina.
América Latina está muy balcanizada por diversas razones, es decir, los mexicanos no conocen bien a los argentinos, los argentinos no conocen bien a los mexicanos.
Otro punto de vista, París es una capital europea hace que de golpe el escritor tenga una especie de visión conjunta que le permite en pocos años hacerse de una idea de lo que sucede en Colombia, Chile, Argentina, México, además se está en contacto con grupos latinoamericanos que pertenecen a esos países.
El resultado es que Cortázar se dispersaba mucho en sus lecturas, él no podía estar al día en lo que sucedía en la literatura mexicana si al mismo tiempo quería saber más o menos de lo que sucedía en Venezuela, en Chile, sin hablar de la literatura que más le interesaban en igual grado que era la literatura como la francesa y la anglosajona.
La idea de Cortázar sobre la literatura mexicana era naturalmente muy parcelada, coincidía con su propia generación, era muy amigo de Octavio Paz, tenían exactamente la misma edad, con diferencias de pocos días o semanas; Cortázar tenía una amistad con el poeta mexicano desde 1949 desde se conocieron en París, conocía la obra de Paz íntegramente; como conocía muy bien la obra de Carlos Fuentes, a quien conoció después.
Otros escritores mexicanos a los que no había tenido contacto personal como alguien que le interesaba mucho como Salvador Elizondo (1932-2006), por ejemplo, o personas a quienes conocía no tanto por sus libros, sino por su múltiples colaboraciones en revistas literarias que le llegaban a París, eran personas de quienes solo conocía algunos fragmentos de sus obras.
Cortázar podía hablar mucho de lo que pensaba de Juan Rulfo, por cierto lo consideraba como uno de los escritores más grandes no solamente de América Latina, sino uno de los escritores más universales de nuestro tiempo.
Estaba un poco atado por razones de distancia y de generación, a los jóvenes escritores, salvo artículos, poemas y cuentos, que podía leer en algunas revistas de literatura solo los conocía fragmentariamente.
Con respecto a los planes de su trabajo estaban suspendidos en 1975, por las tareas que tenía con problemas históricos en América Latina, él era miembro del Tribunal Russell, y que por ello, había venido a México en 1975, por esa Comisión, a investigar los crímenes de la Junta Militar Chilena, eso va mucho más allá de los 4 o 5 días de cada una de las sesiones sino que hay una enorme tarea de preparación y una tarea de continuación lo cual hace si suma a eso los problemas dramáticos y trágicos vinculados con si propio país y de los cuales le tocaba ocuparse en Europa, eso hacía que su literatura se encontraba en el fondo de un cajón por aquellos momentos, sin embargo, en 1974 publicó un libro de cuentos que tituló “Octaedro” y fue lo último que publicó en aquel año; tenía tantas ganas de escribir que prefería no pensarlo, porque tenía otras cosas que hacer.
Un libro de Julio Cortázar publicado en México, tenía resonancia en Argentina y a la inversa, y en todo el Continente Americano y en los demás países de distintos idiomas, sobre todo en Francia donde vivía hasta su muerte el 12 de febrero de 1984.
eodiego@yahoo.com.mx
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