lunes, 26 de septiembre de 2011

CARLOS MONSIVAÍS Y CIEN AÑOS DE SOLEDAD




CARLOS MONSIVAÍS Y CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Ernesto Ortiz Diego

El 5 de junio de 1967, hace 44 años, se publicó por primera vez en Buenos Aires, Argentina, una novela con un tiraje de 8 mil ejemplares, era Cien años de soledad, del escritor colombiano Gabriel García Márquez.
Carlos Monsiváis en una entrevista un poco antes de morir, señaló que cuando leyó por primera esta prodigiosa novela, sintió admiración ante el lenguaje, toda la fantasía, toda la cantidad de sucesos que acontecen en sus páginas, que la captó desde el principio, que le causó embelesó el registro del idioma clásico, como ese oír desde la mente, estar escuchando, no leyendo, sino estar leyendo en voz alta de la mente. Eso fue lo primero que lo deslumbró, ya después en la segunda lectura fue viendo hasta que punto estaba perfectamente tejida toda una red de asombros.

La novela Cien años de soledad su lectura es complicada, porque requiere una memoria de lector impresionante, porque los nombres se repiten y corresponde a personajes distintos, ¿quién es Aureliano? ¿quién es José Arcadio?, no hay personajes incidentales, hay personajes que cruzan, pero ningún personaje es incidental; todo tiene una razón de ser, pero tampoco dispone el lector de una memoria como un organigrama, es lo que ha exigía desde el principio García Márquez.

Después lo que le asombró a Monsi, fue el éxito, una novela escrita para gozar el español en su esplendor, que traducida en otros idiomas no pierde su eficacia, se ha publicado en más de 70 idiomas, y allí lo importante es la trama , los episodios, la fantasía; pero no estaba de acuerdo en que la novela perteneciera al realismo mágico, al final de todo, el lector se queda con la impresión de que fue un clásico instantáneo, es muy difícil atribuirle a un libro esa categoría de clásico, pero cuando se ha leído Cien años de soledad, se sabe que se está reconciliando con la idea de la novela como el goce del idioma y eso es muy extraordinario.

Si no se goza el idioma, no se goza Cien años de soledad y en las traducciones si están bien hechas, lo que se tiene que gozar es la aproximación lo que da el idioma y desde luego la urdimbre narrativa, no es creíble la cantidad de personajes, propuestas, escenas, y además toda la demolición de la vida política, lo que demuestra la memoria oprimida y echa pedazos por la represión, la matanza que no existió, todo en Cien años de soledad está organizado para que el lector al mismo tiempo goce del idioma, del relato y la idea de gozo omnipresente.

La prueba del tiempo le lleva al lector sobre si mismo, el lector en conciliación con las novelas anteriores que le han interesado y con las noveles que le seguirán interesando, es una suerte de encrucijada al leer Cien años de soledad, se siente que el idioma vale la pena y que las novelas que han consagrado el idioma puede ser Pedro Páramo, Rayuela, La sombra del caudillo, la que se quiera, leer si tiene sentido, la idea de que la novela es el modo de que el tiempo encarna en el lector, se reconcilia con el lector tiene mucho sentido.

Monsi No estaba de acuerdo con el realismo mágico, porque es como decir que “Las mil y una noches” es realismo mágico, las cosas de fantasía y las cosas de realidad estricta, esas pobrezas, esa miserias. No hay propaganda, no es prosa agitativa, en ningún momento, pero la descripción de la matanza es una de las obras maestras, sintéticas de lo que ha sido la represión en América Latina y luego descripción de la miseria esta idea del pueblo que no tiene nada, que está aislado dentro de los límites de la desesperanza, también es una descripción extraordinariamente eficaz, pero no está al servicio de una redención de la pobreza, sino de la localización de la pobreza a través del idioma narrativo.

“La mala hora”, “La ojarasca” y “El coronel no tiene quien le escriba”, de Gabriel García Márquez, son pequeñas obras maestras, digo por el tamaño, pero lo que le da para el gusto de Monsiváis a Cien años de soledad la majestuosidad que sigue asombrándonos es que al mismo tiempo es el génesis, es el canto general, son las grandes crónicas del virreinato, es la historia de Simón Bolívar, Augusto César Sandino, Vicente Guerrero, Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Manuel Altamirano, José Martí, el héroe y heroína que se quiera y luego una y otra vez se nota cómo García Márquez se está oyendo cuando escribe, cómo el se deleita en esta idea de la prosa, porque además es el producto de correcciones, el libro se digitaliza por los diccionarios, es un clásico, es un encuentro de las generaciones y va a seguir siéndolo, le parecía muy bien que haya gente que nieguen la novela, parece que están en su derecho de lector, pero encontraba que el verdadero parricidio en relación a Cien años de soledad, es no leerla, ese es el problema.

El autor de la novela “Días de guardar” (1970), leyó Cien años de soledad en cinco ocasiones, la última vez la leyó tres meses antes de su muerte, porque le solicitaron que hiciera una crónica de lo que le sucedió a él en Cartagena, Colombia, combinando con su reencuentro con Cien años de soledad.

Lo que le sucedió a Monsi en Cartagena consideraba que le había pasado muy pocas veces en la vida, más de 2,300 personas tenían en común que habían leído un mismo libro; se puede decir lo que se quiera, pero estaban en un acto de amor por el libro más que por el autor.

Para que no se caiga en el parricidio al no haber leído Cien años de soledad, un lector puede saber hasta que altura se ubica en el idioma que habla, para entender que la fantasía no necesita siempre de efectos especiales y para ver lo que puede lograr una persona con solo el recurso de su amor al idioma, los diccionarios, sus fantasías, sus críticas y su realismo, es demasiado en una sola persona, pero esa sola persona logró Cien años de soledad, Gabo García Márquez.

El autor de “Las herencias ocultas de la Reforma Liberal del siglo XIX” (2006), estaba seguro que se van a seguir publicando obras maestras, pero también sentía que la disposición a la lectura está ya muy disminuida en relación al culto a la imagen y que hay que buscar en algún libro como Cien años de soledad.

El escritor de la novela “Amor perdido” (1976), leía muy rápido, porque si no se hacía así era no leer, era perder el tiempo, él no leía el periódico concediéndole mucho tiempo, él fotografiaba mentalmente el periódico, sabía distinguir si había calidad en el algún género periodístico, o si era arrogancia. Después cuando necesitaba saber qué había leído de importancia, consultaba el periódico, pero para él no era conveniente leer todo el periódico en un tiempo muy largo.

El tiempo de lectura que exige Cien años de soledad es otro. Es el tiempo del gozo por cada frase como el inicio de la novela: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Las críticas que le hacen a Cien años de soledad, es que a partir de la segunda mitad de la novela se pierde la “atención”, Monsi no creía en eso, lo que sucede, decía, es la desesperanza, la crueldad, el desastre familiar, es una familia que sufre por todas las familias en América Latina.
Monsi leía entre líneas, porque es más rápida una lectura, no es un encuentro con el drama, ni el sacrificio, ni ponía las palmas de las manos en disposición para los clavos; increíble todo, de la transformación de las bibliotecas públicas en las nuevas bibliotecas digitales, le parecían maravillosas; con todo esos avances tecnológicos, y el que se siga leyendo estos libros, periódicos y revistas impresas en papel, como Cien años de soledad, demuestra que no todo está perdido.

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