CULTURA POPULAR
Ernesto Ortiz Diego
En oposición a la “cultura” fabricada en esas condiciones (cultura de masas), instrumento de dominación y colonización, podemos distinguir un proceso diferente de fabricación de “cultura” realizado por las clases dominadas o subalternas a partir de su interacción directa y como respuesta a sus necesidades. A esta forma diferente, la llamaremos cultura popular.
La cultura popular es cultura de los de abajo, fabricada por ellos mismos, carente de medios técnicos. Sus productores y consumidores son los mismos individuos: crean y ejercen su cultura. No es la cultura para ser vendida sino para ser usada. Responde a las necesidades de los grupos populares, de los de abajo , como la novela de Mariano Azuela.
Frente a sus opresores y a sus necesidades, los pueblos, y en especial los sectores oprimidos (como los alfareros de El Fortín de Tixtla), han tenido siempre la posibilidad de elaborar sus propias respuestas.
Los productos culturales de los sectores oprimidos son respuestas solidarias que forman y expresan la conciencia compartida de su situación y generan el comienzo de su superación, como lo hacen los pintores de Tixtla.
Estas respuestas, que en un comienzo se basan en elementos que un sector comparte y que los diferencian, pueden ser inicialmente apenas un conjunto de símbolos y gestos, costumbres, rituales de comunicación o elementos de tipo narrativo o musical: un poema, una canción, un mito. Las expresiones artísticas creadas y ejercidas por el grupo contienen el comienzo de una toma de conciencia compartida, representan el inicio de posibles formas de acción, como lo hacen los fandangueros tixtlecos.
La cultura popular auténtica, dentro de un contexto social de dominación y explotación, es el sistema de respuestas solidarias, creadas por los grupos oprimidos, frente a las necesidades de liberación.
La creación de cultura requiere ante todo comunicación, interacción directa. La creación de cultura popular supone la actividad de un grupo, que colocado frente a carencias comunes las enfrenta en forma solidaria, generando productos nuevos, útiles al grupo, y reconocibles por éste como su creación.
La solidaridad sólo puede nacer y ejercerse a partir de la interacción y comunicación directa, la confrontación cotidiana de situaciones comunes. La solidaridad sólo es tal entre iguales; en sí misma implica un reconocimiento de situaciones compartidas por el grupo. Es la base y a la vez el producto dialéctico de la cultura popular.
La cultura popular es pues producción de iguales, producto de la solidaridad de los de abajo. La solidaridad así entendida es peligrosa para el sistema, pues contradice todos sus presupuestos y engendra, a través de su ejercicio, productos que se enfrentan con los aparatos de dominación.
No importa casi lo que la televisión diga; cualquiera que sea su mensaje, su misión consiste en reforzar la cosificación del hombre, profundizar su existencia de “partícula suelta inserta en un sistema ajeno”. A la que ya se encuentra destinado por su condición de mercancía en el proceso de la producción, en el mercado de trabajo. La debilidad política del sistema, sus contradicciones crecientes, fuerzan a extremar el control. Es necesario que el hombre se neutralice como ser activo, pensante, creador; y no sólo en su tiempo de trabajo también en su tiempo de ocio.
La cultura de masas tiene por misión acrecentar la pasividad del hombre, separarlo de toda función activa y de las situaciones de interacción creadora con su clase. Separarlo de todo lo que conduzca a actuar grupalmente y retomar su reflexión, iniciativa, acción y fuerza creadora sobre el mundo social en que está inserto. Para su seguridad, el sistema necesita cada vez más de un hombre pasivo y solitario, de un hombre incapaz de crear cultura. Un consumidor pasivo e impotente ante las formas culturales emanadas de fuentes que se le presentan como impersonales, poderosas y remotas, y por lo tanto, infalibles.
Sociólogo (UIA), politólogo (IIEPA)