domingo, 13 de noviembre de 2011

LAS BABAS DEL DIABLO

Leo un cuento, Las babas del diablo, firmado por Julio Cortázar, novelista y cuentista argentino. El escritor inicia el cuento planteando una interrogante de cómo escribirlo, si en primera, segunda, o tercera persona, escribe en una máquina Remington con la que comienza a fabular.

El narrador es un observador, ya muerto, lo que despierta el interés de un narrador que ya no existe, sin embargo, conoce la trama del cuento. Aunque parece desordenado, pero es el estilo de Julio Cortázar que mantiene despierto al lector porque en un descuido no se sabe de donde va incluyendo los personajes.

El asunto del cuento, el personaje central es Roberto Michel, franco-chileno, traductor y fotógrafo aficionado, salió con una cámara fotográfica marca Contax del número 11 de la rue Monsiur LePrince (Francia) el domingo 7 de noviembre del año en curso. Lleva tres semanas trabajando en la versión en francés de un tratado sobre recusaciones y recursos de José Norberto Allende, profesor en la Universidad de Santiago.

El escenario físico es un sol resplandeciente, donde palomas y un gorrión surcan el cielo de París, donde Roberto Michel se dispone a fotografiar con su Contax, una actividad que recomienda a los niños que aprendan, aunque se exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros.

Pese a este escenario ideal de otoño, el fotógrafo profesional, ese domingo no tiene ganas de tomar fotos, hasta que mira por primera vez a uno de los personajes del cuento, un muchachito, nervioso, inquieto, bien vestido, sin dinero en los bolsillos, espera a otro personaje, una mujer rubia, delgada y esbelta, vestía un abrigo casi negro, largo y hermoso. Lo que motiva a Michel observar lo que acontece en ese encuentro.

En la isla donde se dio el encuentro, Michel, curioso, esperaba con su cámara para tomar alguna fotografía del muchacho y la mujer rubia; Cortázar incluye un tercer personaje, un hombre de sombrero gris sentado al volante del auto detenido en el muelle en espera de la pasarela.

El fotógrafo cubría bien la escena, pues estaba a cinco metros de distancia de la pareja, de pronto el muchacho la comenzó a besar, pretendía desnudarla, sin embargo, la mujer en ese momento no quería un amante, simplemente excitarse.

Michel, metió todo en el visor y tomó la foto. Los dos se dieron cuenta, el chico sorprendido y la mujer irritada por el atrevimiento de haber tomado la foto al estilo paparazzi. Ella le exigía la entrega del rollo de la película, él argumentó que las cosas hay que pedirlas de buena manera y que la fotografía no sólo no está prohibida en los lugares públicos, sino que cuenta con el más decidido favor oficial y privado.

Mientras se daba la discusión entre el fotógrafo y la mujer rubia, el chico huyó de la escena, perdiéndose como un hilo de la Virgen en el aire de la mañana, pero esos hilos de la Virgen también se llaman también babas del diablo.

El hombre de sombrero gris que se encontraba en el auto, no era simplemente un curioso, sino que también jugaba un rol en la comedia. De rostro blanco, se acercó a la mujer rubia, para hacer un triángulo insoportable.

Michel no entregó el rollo de la película, al contrario, la rebeló para recordar la escena, en parte se sentía complacido por haber ayudado al muchacho a la fuga ridícula y patética. Después de todo, aquella foto había sido una buena acción; en la que aparecía, una isla, una mujer, un chico y un árbol agita unas hojas secas sobre sus cabezas; también con la satisfacción de haber evitado algo malo para el chico por el hombre de sombrero gris.

De pronto, el narrador da un viraje en el cuento, invierte el orden en los tres personajes, la mujer, el joven y el hombre; la foto había sido tomada, el tiempo había ocurrido, estaban lejos unos de otros, no se sabía quienes eran realmente; tal vez la lente de la cámara Contax, y todo a su alrededor le daba vueltas, incluso, el árbol. El chico por segunda vez logró escapar de la pasarela; mientras el narrador se pone a llorar.

Finalmente vendría la calma, Michel vio pasar una gran nube blanca, seguida de dos más, posteriormente, el cielo limpio; el cuadro se repite, una y otra vez, el cielo se pone gris, luego limpio, quizá sale el sol, otra vez ve pasar las nubes y las palomas y uno que otro gorrión, surcan el cielo de París.

Politólogo y sociólogo (UIA)