jueves, 30 de diciembre de 2010

50 AÑOS DEL MOVIMIENTO SOCIAL DE 1960

Hace 50 años, profesores, estudiantes y el pueblo de Guerrero levantaron la voz para sacudirse a un gobernador, autoritario y soberbio, que actuaba más como militar que como autoridad civil, fue el último gobernador de la disciplina castrense que tuvimos, el general Raúl Caballero Aburto, de triste memoria.

Aún recuerdo a pesar de medio siglo aquel Guerrero convulso, cuando en la “Alameda Francisco Granados Maldonado” de la ciudad de Chilpancingo, se bajó la bandera del viejo Colegio del Estado y se izó la bandera de la nueva Universidad de Guerrero; sin autonomía; el autor de estas líneas estudiaba la preparatoria, era coordinador de mi grupo en las materias de latín y griego, que nos ilustraba con su sabiduría el maestro Aarón M. Flores (epd); vienen a mi memoria aún lúcida a pesar del tiempo, algunos de mis compañeros estudiantes:Pablo Sandoval Ramírez, Jaime Parra, Jorge Vielma Heras “El machete” (descansen en paz los tres); y los que aun viven: Sergio Antonio Adame Leyva, Armando Rivera Reguera, Rubén Fuentes Alarcón, Imperio Rebolledo Allerdi, entre otros compañeros y compañeras. Llegué a estudiar al Colegio del Estado por recomendaciones de mis primos mayores: Oscar Reséndiz Castro y Francisco Lobato Radilla (epd).

La chispa que encendió la pradera de la inconformidad estudiantil, fue en la única casa del estudiante que existía en aquel entonces, a tres cuadras del viejo Colegio, en la calle de Abasolo, allí vivimos algunos estudiantes: Jesús Araujo Hernández, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria Guerrerense y cabeza del Movimiento del 60; Juan Alarcón Hernández, estudiante de Derecho y principal estratega del Movimiento; Eulalio Alfaro, ex seminarista y estudiante de Derecho; José Guadalupe Solís ( Che Lupe), de la Costa Grande; Bernardino Vielma Heras “El pelícano”. Sin olvidar las piezas de oratoria que pronunciaba en Acapulco, Efraín Zúñiga Galeana, estudiante de Coyuca de Benítez.

Los estudiantes no estaban solos en aquella epopeya que los llevó a sacudirse el yugo de un brutal gobernador –solo equiparable al de ahora, Zeferino Torreblanca Galindo-, los estudiantes fueron apoyados por el doctor Pablo Sandoval Cruz, el incansable luchador social, autor de la mejor crónica que se haya escrito hasta ahora: “El Movimiento Social de 1960”, la diputada socialista Macrina Rabadán, olvidada injustamente por quienes carecen de memoria histórica; como escribe el doctor Pablo Sandoval: Macrina fue la única que salvó a los legisladores guerrerenses; esta mujer, de un corazón cargado de gran sensibilidad, declara para la posteridad: “Desde esta tribuna de la representación federal hago llegar a sus miembros toda la angustia, la zozobra y la indignación del pueblo de Guerrero debido a las arbitrariedades del gobernador Raúl Caballero Aburto (..)”. Jorge Joseph, alcalde de Acapulco, enemigo irreconciliable del gobernador sátrapa; Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos, que después se convirtieron en guerrilleros por la cerrazón de los gobiernos priistas; entre otros de la insurgencia guerrerense.

Hace 50 años, Guerrero vivió uno de los momentos peores de su historia, era un pueblo en vilo, todo empezó por la imposición del profesor Alfonso Ramírez Altamirano como primer rector de la naciente Universidad, él no reunía el perfil, pues era profesor normalista, como la mayoría de los rectores que después le siguieron que tampoco reunían el perfil, que se han convertido en nuevos ricos, ya que han saqueado a la Universidad, ahora son burgueses, al igual que los paleros y matraqueros que se han robado la rectoría a través de fraudes electorales para seguir enriqueciéndose despiadadamente, sin importarles, la academia, la investigación y la difusión de la cultura científica y popular.

El Movimiento Social de 1960, que conmemoramos hoy, fue la voz de un pueblo cansado de abusos, de perversidades, de corrupción, asesinatos, impunidad, entre otros delitos, por un gobernador mafioso que saqueó las riquezas de nuestro pueblo, como hoy se repite a 50 años, aunque con otros actores, como decía Carlos Marx en el Prólogo del libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia se repite primero como tragedia y después como comedia”.

La celebración de Medio Siglo del Movimiento Social, debe ser una oportunidad para liberar a la Universidad Autónoma de Guerrero de unas cuantas manos que se han enquistado en el poder, y que la han hundido en la miseria académica, en la desolación de la investigación, en la pobreza intelectual, en la ruina de la cultura científica; estas mafias de politiqueros, solo han visto a la Universidad como un botín que viven de ella, pero no viven para ella, parafraseando a Max Weber, sociólogo alemán, autor del libro portentoso, Economía y Sociedad.

Escribo estas líneas no para colgarme medallas y echarme incienso y mirra, que no me corresponden; sólo puedo decir y escribir que me duele ver a la UAG en manos de oportunistas y aventureros, y me duele, repito, porque estas mafias ya no recuerdan o no vieron tanta sangre derramada, para recordar uno de los poemas de Federico García Lorca, de los 19 asesinados, la cuota de sangre del pueblo, como sucedió el 30 de diciembre de 1960; descansen en paz.

sábado, 18 de diciembre de 2010

AUGUSTO COMTE, FUNDADOR DE LA SOCIOLOGÍA

AUGUSTO COMTE, FUNDADOR DE LA SOCIOLOGÍA

Ernesto Ortiz Diego

Augusto Comte, es ante todo el sociólogo de la unidad humana y social, de la unidad de la historia humana. Nació en Montepellier, Francia, el 19 de enero de 1798 en el seno de una familia católica monárquica.

Entre 1814 y 1816, estudia en la Escuela Politécnica, medicina y filosofía, la cual es cerrada por sospecha de jacobinismo. En agosto de 1817, Comte ocupa el cargo de secretario de Henri de Saint-Simon, el filósofo del industrialismo.

En 1824, escribe el Sistema de Política Positiva, en abril de este mismo año, Comte vendió este trabajo a Saint-Simon, que lo presentó en el Catecismo de Industriales sin nombre del autor. Estalla la disputa entre ambos. En adelante Comte hablará de la “desastrosa influencia” ejercida sobre él por “un funesto vínculo” con un “saltimbanqui depravado”.

El sociólogo Raymond Aron, considerado el mejor biógrafo de Comte, estudió las tres etapas del pensamiento del gran pensador francés, son tres momentos que afirman, explican y justifican la tesis de la unidad humana. Estas tres etapas están caracterizadas por las tres obras principales de Comte.

La primera entre 1820 y 1826, es la etapa de Opuscules de philosophie sociales. La segunda etapa está formada por las lecciones del Cours de philosophie positive (publicado de 1830 a 1842), y la tercera por el Systéme de politique positive o Traité de sociologie instituant la religión de L´humanité (publicado de 1851 a 1854).

En la primera etapa, en los Opuscules, son la descripción y la interpretación del momento histórico que la sociedad europea atraviesa a comienzos del siglo XIX. Desde esta época, Comte extrae de este análisis de la sociedad en que vive la conclusión de que la reforma social tiene como condición fundamental una reforma intelectual.

En la segunda etapa, la del Cours de philosophie positive, aquí aparece la ciencia nueva, la sociología, que como reconoce la prioridad del todo sobre el elemento y de la síntesis sobre el análisis, tiene como objeto la historia de la especie humana.

En la tercera etapa de su pensamiento, viene a justificar esta unidad de la historia humana como una teoría que se ocupa simultáneamente de la naturaleza humana y de la naturaleza social.

Augusto Comte expuso su concepción de la ciencia nueva llamada sociología en los tres últimos volúmenes del Cours de philosophie positive, y sobre todo en el tomo IV. Comte relaciona su propio pensamiento con el de tres autores a quienes presenta como inspiradores o predecesores: Montesquieu, Condorcet y Bossuet.

Augusto Comte explica la diversidad enumerando tres factores de variación: la raza, el clima y la acción política. Al examinar el papel de la acción política, volvemos a encontrar el providencialismo. En efecto, Comte se propone ante todo quitar a los hombres políticos y a los reformadores sociales la ilusión de que un individuo, por grande que sea, puede modificar sustancialmente el curso necesario de la historia.

Es verdad que la fatalidad es cada vez más modificable, a medida que pasamos del mundo de las leyes físicas al de las leyes históricas. Gracias a la sociología, que descubre el orden esencial de la historia humana, quizá la humanidad pueda compensar los retrasos y reducir el costo del advenimiento de positivismo. Pero, en función de su teoría del curso inevitable de la historia, Augusto Comte se opone simultáneamente a las ilusiones de los grandes hombres y a las utopías de los reformadores.

La nueva ciencia social propuesta por Comte, es el estudio de las leyes del desarrollo histórico. Se funda en la observación y la comparación, y por consiguiente en métodos análogos a lo que se utilizaron en otras ciencias, y particularmente en biología; pero estos métodos estarán determinados hasta cierto punto por las ideas fundamentales de la doctrina positivista, por su concepción de la estática y la dinámica, ambas sintéticas.

La estática y la dinámica son las dos categorías fundamentales de la sociología de Augusto Comte. La estática consiste esencialmente en estudiar lo que él llama el consenso social. Y la dinámica, es la descripción de las etapas recorridas por las sociedades humanas.

La parte íntima de Augusto Comte, siempre fue crítica, en 1825 contrae matrimonio con Caroline Massin, antigua “celestina”. Este matrimonio, resultado de “un cálculo generoso”, dirá el propio Comte, “fue el único error realmente grave de mi vida”.

Entre 1826-1827, Comte agobiado por una primera fuga de su mujer y el cansancio intelectual, sufre una crisis mental y poco después intenta suicidarse. En 1845, “El año sin igual”, Comte declara su amor a Clotilde de Vaux, que sólo le concede su amistad, declarándose “impotente para lo que sobrepase los límites del afecto”. El 5 de abril de 1846, Clotilde de Vaux muere en presencia de Augusto Comte, que desde ese momento le consagra un verdadero culto.

Y desde aquella vida trágica y melancólica, Comte se dedicará a la sociología de tiempo completo, en 1847 proclama la religión de la humanidad; en 1848, funda la Sociedad Positivista. Y el 5 de septiembre de 1857, muere en París, en el número 10 de la calle Monsieur-le-Prince, en medio de sus discípulos. En paz descanse, el fundador de la Sociología, ciencia que el autor de esta biografía estudió en la Universidad Iberoamericana-Ciudad de México

lunes, 13 de diciembre de 2010

FRANCOIS-MARIE AROUET “VOLTAIRE” (1694-1778)

FRANCOIS-MARIE AROUET “VOLTAIRE” (1694-1778)

Ernesto Ortiz Diego

El 11 de septiembre de 1718 salía de la Bastilla (La vieja fortaleza-prisión que sería derribada el 14 de julio de 1789, por la Revolución francesa), después de 18 meses de prisión, un joven filósofo que llenaría el siglo XVIII con su seudónimo. El joven se llamaba, según el bautismo, Francois-Marie Arouet, había nacido en Francia el 21 de noviembre de 1694, educado en el colegio jesuita Louis-le- Grand. Pasaría a la historia, simple y sencillamente, como Voltaire. Su nombre y apellido fueron enterrados. Nadie los recuerda. Potencia de un seudónimo que inventó la vida.

Recién liberado de la fortaleza fue invitado, por el Duque Regente, a que le viera en palacio. Voltaire tenía solamente 24 años. Después de los saludos de rigor, Voltaire comenzó aquel día, a utilizar su famosa lengua irónica e independiente: “Agradezco mucho a su Alteza que me haya alimentado durante 18 meses, pero le agradecería que no se ocupara más de mi alojamiento”.

El duque de Orleáns, primero petrificado, le preguntó qué iba a hacer: “Estrenaré una obra de teatro”. Lo hizo. Estrenó Edipo. Había llegado a prisión por haber escrito unos versos (y otros que le atribuirían con lo cual se parecería a Quevedo cuyas tormentas con el poder no siempre eran por sus versos, sino por los que achacaron como suyos), implacables, contra el reinado del rey Luis XIV, el Rey Sol. La muerte del Rey Sol en 1775, después de un largo reinado de guerras, glorias y catástrofes sociales, fue considerada como una liberación. Con el Rey Sol habían recomenzado, de nuevo, las guerras religiosas. En efecto, revocó el Edicto de Nantes firmado por el rey Enrique IV en 1598 que fue considerado como la Proclamación de la Tolerancia.

Cuando el Rey Sol, en 1685, seis años antes del nacimiento de Voltaire, revocó el Edicto, su acto fue entendido, sin más, como la prueba, de nuevo, de la intolerancia y del fanatismo. Los protestantes, que había dejado de ser perseguidos, huyeron de Francia y enriquecieron, con sus saberes, a otros países. Nada nuevo.

En la Bastilla inició Voltaire su poema Henriada en honor del rey Henry IV: el de la Tolerancia. Fue ya su desafío. Después, en el estreno, en la Comedie Francaise, de su obra Edipo (una visión de Sófocles) sus versos fueron recibidos entre ovaciones por la élite social.

Condenaban la intolerancia. En suma, nada más que al salir de la Bastilla, Voltaire inició un periplo libertador. Muchos años después, rico y respetado por los reyes de Europa, diría en una carta a Argental: “La sangre de los inocentes grita y yo grito también”.

No uso a Voltaire impunemente. Él entendió que la muerte del rey Luis XIV representaba un momento de liberación que podía transformar su tiempo. Fue a prisión, pero los sucesores del rey Luis XIV demostraron la dificultad de la alternancia porque las superestructuras ideológicas y eclesiales del pasado pesaban enormemente. En 1762, ante un juicio generado por el fanatismo, que condujo a la ejecución de Jean Calas, Voltaire, insurgente y lúcido, solicitó al rey, ante el asombro y el temor generalizado, que se revisara el juicio. Puso su fortuna, su inteligencia y sus relaciones para reconstruir el caso y demostrar que había sido, simplemente, la obra del prejuicio religioso y autoritario. Se rehabilitó a Jean Calas ¿no a sus pedazos? y la gente conoció, en una fiesta memorable, que se había obtenido una victoria inmensa de la justicia contra la barbarie.

No traigo a mi memoria aún lúcida a pesar de mis años, a Voltaire, sin razones. Él conoció bien, con clarividencia, que la transición del régimen del rey Luis XIV a un nuevo régimen no era un juego de niños. Como Montesquieu vivió en Inglaterra donde, desde 1688, se había establecido el régimen parlamentario. Montesquieu hubiera sido impensable e imposible, a su vez, su libro, El Espíritu de las leyes, y su separación y equilibrio de poderes, sin esa estancia en Inglaterra. Allí entendió Voltaire, como Montesquieu, que se podía gobernar de otra manera: contando con el consenso social y no desde la arbitrariedad del discurso único. La insurgencia de Voltaire, Rousseau, Diderot, D´Alambert, Montesquieu, demostró que la rebelión contra la Revocación del Edicto de Nantes ¿un símbolo? Requería un compromiso ético. De ese compromiso, pese a las diferencias estentóreas entre Voltaire y Rousseau, por ejemplo, nació La Enciclopedia y la decisión de encontrar el camino del Antiguo al Nuevo Régimen.

Murió Voltaire el 30 de mayo de 1778, once años antes de la Revolución Francesa de 1789. Sus cenizas, sus restos, viajaron con el pueblo hasta el Panteón de los Hombres Ilustres de Francia. Sin embargo, no se ha enterrado, allí, a Robespierre porque usó la guillotina contra su pueblo. Lección dura, implacable, contra el otro fanatismo: el político; el de los sectarios.

La transición de un régimen a otro no es la flor de la retórica. Es un inmenso trabajo, preconstituyente, de organización del conocimiento para pensar y transitar de una época a otra.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

CHARLES-LOUIS DE SECONDAT BARÓN DE MONTESQUIEU

CHARLES-LOUIS DE SECONDAT BARÓN DE MONTESQUIEU

Ernesto Ortiz Diego

Quizá parezca sorprendente comenzar una historia del pensamiento sociológico con el estudio de Montesquieu; así inicia su análisis el sociólogo Raymond Aron, en su libro Las etapas del pensamiento sociológico.

En Francia se le considera a Montesquieu un precursor de la sociología, y se atribuye a Augusto Comte el mérito de haber fundado esta ciencia –con toda razón-, si ha de llamarse fundador a quien creó el término.

El 18 de enero de 1689, nació Charles-Louis de Secondat en el castillo de la Bréde, cerca de Burdeos, Francia. En 1716, es elegido miembro de la Academia de Ciencias de Burdeos. Hereda de su tío el cargo de presidente, todos sus bienes y el nombre de Montesquieu.

En 1729-1730, estada en Inglaterra. En 1731 regresó al castillo de la Bréde, donde en adelante se dedicará a escribir El Espíritu de las leyes; editado en Ginebra en 1748, sin nombre de autor. El éxito es considerable. Tenía 59 años de edad cuando escribió El espíritu de las leyes. No pudo predecir la importancia universal de su tesis sobre la separación y equilibrio de poderes como el centro medular, con la autonomía del Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial.

La sociología política

En el caso de Montesquieu, es posible desarrollar sin excesiva dificultad esta interpretación histórica. Los primeros libros de El espíritu de las leyes –sino el primero, por lo menos del libro II al VIII, es decir los que analizan los tres tipos de gobierno- son, si así puedo afirmarlo, de inspiración aristotélica.

Montesquieu los escribió antes de su viaje a Inglaterra, en una época en que estaba bajo la influencia dominante de la filosofía política clásica. En la tradición clásica la Política de Aristóteles era el libro esencial. No es dudoso que Montesquieu haya escrito los primeros libros con la Política de Aristóteles al lado. En casi todas las páginas podemos hallar referencias a esa obra en forma de alusiones o de críticas.

Montesquieu distingue tres tipos de gobierno: la república, la monarquía y el despotismo. Define cada uno de ellos por referencia a dos conceptos, que de acuerdo con la denominación del autor de El espíritu de las leyes son la naturaleza y el principio de gobierno.

Por su naturaleza el gobierno es lo que es. El principio del gobierno es el sentimiento que debe animar a los hombre subordinados a un tipo de gobierno, para que éste funcione armoniosamente. Así, la virtud es el principio de la república, lo que significa que en ésta los hombres sean virtuosos, sino que deberían serlo, y que las repúblicas son prósperas sólo en la medida en que los ciudadanos son virtuosos.

La naturaleza de cada gobierno está determinada por el número de los que detentan la soberanía. Montesquieu escribe: “Supongo tres definiciones, o más bien tres hechos: uno, que el gobierno republicano es aquel en que el pueblo en corporación o sólo una parte del pueblo tiene el poder soberano; el monárquico, es aquel en que sólo uno gobierna, pero ajustándose a leyes fijas y establecidas; mientras que en el despotismo, uno solo, sin ley y sin regla, a todos impone su voluntad y sus caprichos”. (El espíritu de las leyes, libro II, p. 239). Aplicado a la república, la distinción –pueblo en corporación o sólo una parte del pueblo- se propone evocar las dos formas del gobierno republicano: la democracia y la aristocracia.

Pero estas definiciones demuestran también que la naturaleza de un gobierno no dependen sólo del número de los que detentan el poder soberano, sino también del modo de ejercitar este último.

Según Montesquieu, hay tres sentimientos políticos fundamentales, y cada uno de ellos asegura la estabilidad de un tipo de gobierno. La república depende de la virtud, la monarquía del honor y el despotismo del temor.

La virtud de la república no es una virtud moral, sino propiamente política. Es el respeto a las leyes y la consagración del individuo a la colectividad.

El honor, es “desde el punto de vista filosófico, un falso honor”. Es el respeto que cada uno debe a su propio rango.

En cuanto al temor, no es necesario definirlo. Es un sentimiento elemental, y por así decirlo infrapolítico. Para Montesquieu un régimen fundado en el temor está esencialmente corrompido, y se encuentra casi en el umbral de la nada política. Los sujetos que sólo obedecen por temor casi no son hombres.

Montesquieu fue uno de los enciclopedistas de la Ilustración más importantes de Francia, cultivó amistad con D´Alambert. Hubo a la hora de morir una confusa batalla, como en el caso de Voltaire, otro de los grandes enciclopedistas, para saber si moría en la fe. Voltaire, después de decir que creía en Dios pidió a los clérigos “que le dejaran paz”. Montesquieu señaló la excelencia de los evangelios. Murió en París el 10 de febrero de 1755 de congestión pulmonar. No se sabe dónde fue sepultado. Juan Jacobo Rousseau escribe de Montesquieu este epitafio magnífico: “Nadie de la clase intelectual le acompañó en su entierro. Sólo estuvo, detrás de su féretro, Diderot”. Con él sobraba. Todos se escondieron. Añadía Rousseau, que estaba lejos de París, el 20 de febrero de 1755: “La presencia de Diderot, el autor de la formidable “La Enciclopedía”, hacia menos evidente la ausencia de los otros.

Nadie que luche por la democracia dejará de pensar la deuda enorme que tenemos con el precursor de la sociología. Montesquieu en El espíritu de las leyes, nos planteó el problema del Estado moderno con todas sus consecuencias: “Un país no tiene Constitución, aunque la tenga, sino existe una verdadera separación y equilibrio de poderes”.

eodiego@yahoo.com.mx

lunes, 6 de diciembre de 2010

JUAN JACOBO ROUSSEAU Y EL CONTRATO SOCIAL

JUAN JACOBO ROUSSEAU Y EL CONTRATO SOCIAL

Ernesto Ortiz Diego

Juan Jacobo Rousseau, es la gran tercera figura del pensamiento contractualista (después de Hobbes y Locke), de la Edad Moderna, nació en Ginebra, Suiza en 1712, pero pasó la mayor parte de su vida en Francia. Allí escribió sus obras políticas; falleció en 1778.

Una forma de asociación por la cual cada uno uniéndose a todos obedecía, sin embargo, solo así mismo y queda tan libre como antes, la esencia del cuerpo político está en el acuerdo de la obediencia de la libertad.

El individuo y su libertad. Renunciar a su libertad, es renunciar a su cualidad de hombre. La libertad es un derecho no alienable y natural del hombre. El extensionismo de este derecho que no es alienable.

¿ Qué es la alienación? En su sentido filosófico la alienación corresponde a la heteronomía de la razón. Heteronomía, otra ley, vale decir ir contra la ley de la razón. La heteronomía representa las tinieblas de la ignorancia que deben iluminar las luces de la razón, es decir, las luces del racionalismo crítico cuyo lema es “tenga el ánimo de usar tu entendimiento propio”.

El contrario de la heteronomía es la autonomía, es decir, la condición de una persona que determina ella misma la ley a la cual se somete. La autonomía es el acto de pensar por sí mismo, ser autónomo es ver por si mismo los principios de las acciones y de los pensamientos.

En su sentido político, un hombre que se aliena, se vuelve esclavo de otro. Ahora bien, si se puede vender o dar un bien material a otra persona, no es posible alienar su libertad que es un derecho imprescriptible.

El derecho de propiedad siendo solo de convención y de institución humana, todo hombre puede a su voluntad disponer de lo que posee pero no es así mismo para los dones esenciales de la naturaleza como la vida y la libertad de las cuales cada uno puede gozar pero no puede desposeerse saltando una degradamos nuestro ser, saltando la otra lo destruimos y como ningún bien temporal se puede indemnizar sería ofender a la vez la naturaleza y la razón de renunciar a ellos cualquier que sea el precio.

El hombre tiene el derecho y el deber quedarse libre, si sirve o está sirviendo lo debe hacer sin estar asombrado y sin intentar asombrarnos.

Un pueblo que aliena su soberanía, pierde su cualidad de pueblo y se disuelve por este acto. De la misma manera un individuo no tiene el derecho de alienar su libertad. Un pueblo no tiene el derecho de alienar su soberanía. Esos son derechos que tenemos poseemos sin tener la facultad de alienarlos.

Si un pueblo aliena su soberanía se transforma en un rebaño de esclavos sometidos al placer de un maestro, de un déspota. La obediencia es legítima en la medida en que no destruye la libertad individual, es la famosa soberanía del pueblo que constituye en la sociedad civil la única garantía de la libertad individual.

Se podría imaginar un pueblo que aliena su soberanía, pero dice Rousseau es un pueblo de locos. Un pueblo de locos la locura no hace derecho. Este pueblo se vuelve una multitud de hombres dispersos, sin unidad, sin cohesión. El pueblo es coherente solo por la libertad republicana.

Sin esta libertad es solo una muchedumbre sometida a un maestro. La libertad no puede ser cedida por un pacto porque no hay nada en el mundo que pueda para un hombre compensar la pérdida de su libertad. El Estado entonces tiene por finalidad esencial la libertad de sus ciudadanos.

Así, la soberanía tiene cuatro características: La soberanía es inalienable, es decir, que no se puede delegar. El pueblo hace la ley, es imposible para una soberanía ser el objeto de una delegación. Ceder su voluntad a otro es perder su libertad y Negar el objeto del pacto social.

Rousseau rechaza así el régimen representativo. Si es imposible que una voluntad particular pueda estar de acuerdo con la voluntad general es imposible al menos que este acuerdo sea durable y permanente, porque la voluntad particular tiende por su naturaleza a las preferencias y la voluntad general a la igualdad.

La idea de contrato remite a un difícil problema, ¿cómo concebir al Estado de tal manera que el hombre pueda ser libre? ¿cómo combinar la libertad del hombre con la obediencia a la ley, sin la cual no hay vida social posible? ¿cómo integrar en la comunidad política la libertad individual sin que esta integración se haga de manera desigual con algunos que gozan los derechos de los que otros están privados?

El Contrato Social de Rousseau no es ni descriptivo ni explicativo, sino normativo, se trata de deducir los fundamentos de la autoridad legítima, distinguiendo el derecho del hecho.

Así, Rousseau ha mostrado que no podemos pensar sin contradicción, la idea de servidumbre voluntaria. Que el orden de hecho no tiene legitimidad natural sino convencional. Entonces es imposible concebir un derecho de esclavos y fundar el derecho de la fuerza de modo que se obliga a obedecer únicamente a las potencias legítimas.

La sociedad del pacto social no es una simple asociación de individuos para preservar sus intereses egoístas. La sociedad es una comunidad de ciudadanos, que son miembros del cuerpo social y que quieren el bien común.

La propia fórmula de la filosofía política de Rousseau, es finalmente el amor de la ley, porque el hombre libre es el que obedece a las leyes, y no a las órdenes y prescripciones de otro hombre.

Lean conmigo a Rousseau y contesten después: “El contrato entre el Pueblo y el Poder que se elige se define en que las dos partes se obligan al cumplimiento de la ley que es lo que forma y constituye los lazos de su unión. Las leyes fundamentales obligan a todos los miembros del Estado, y ello sin excepción, y una de esas reglas es la elección de los magistrados encargados de la ley”.